martes, 17 de abril de 2007

EN LA CARCEL DE LA OPINION MORAL


acamin@hotmail.com / www.milenio.com / Lunes 16 de abril del 2007

Se conmueve con razón Epigmenio Ibarra (MILENIO 13/4/07) al constatar que tantas miradas se posan en la muerte trágica, ya que no en la vida anónima, de Ernestina Ascencio, la indígena náhuatl cuya muerte es materia de un increíble litigio pericial entre la procuraduría del estado de Veracruz y la Comisión Nacional de los Derechos Humanos.

Increíble, en verdad, que médicos legistas y autoridades tengan una disparidad tal de diagnósticos periciales sobre el mismo cuerpo infalsificable. Increíble también que alguien quiera medrar con un caso tan amargo. Porque alguien miente mucho en esto, alguien está usando ese cuerpo para enredar y tergiversar con descomunal descaro.

MILENIO ha hecho su tarea siguiendo el caso, hasta publicar ayer un preciso reportaje en Milenio Semanal, bajo la firma de Julián Andrade, junto a un sólido informe de Arturo Ramos con el punto de vista veracruzano.

El recuento es lo mejor que haya leído hasta ahora sobre el tema, pero no es concluyente, salvo en su retrato de la indigencia donde chapotea la práctica forense veracruzana.

Dios está en los detalles, y el diablo también. Que un servicio forense use una botella de Coca Cola para “levantar la cabeza del cadáver para evitar el derramamiento de sangre”, o que la autopsia se practique sin guantes, como consta en el reportaje de Andrade, debería bastar para desacreditar toda pretensión de profesionalismo de esa instancia.

Yo eso creo, pero estoy otra vez en la cárcel de la opinión moral, en donde no sólo se opina sino en donde se cree, además, tener la verdad.

Los argumentos sólidos parecen estar del lado de la CNDH, pero la CNDH tiene en este nuevo caso de opinionitis moral muchas y muy serias opiniones en contra. Recoge la incredulidad que ha sembrado con su comportamiento errático.

El hecho es que por las deficiencias de nuestra justicia hace ya muchos años que los mexicanos dejamos de creer en los hechos judiciales para refugiarnos en la opinión moral, que crea sus propios veredictos arbitrarios, pero profundamente sinceros en su certidumbre de tener la verdad.

Hemos sustituido la procuraduría de justicia con la opinaduría sobre la justicia, es decir, con el mundo de la sospecha sectaria, fundada en nuestras propias opiniones. Nuestra penitencia por haberlo hecho es que no podemos ya creer en nada, ni reconocer la verdad cuando pasa frente a nosotros.

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