martes, 17 de abril de 2007

OTRA VIDA ROTA

Regina Martínez / Proceso. Semanario de información y análisis / Número 1589 / Domingo 15 de abril del 2007

SIERRA DE ZONGOLICA, VERACRUZ- María del Carmen es una joven indígena de 17 años, cinco de los cuales ha vivido con miedo de perder a su pequeña hija, nacida de una violación cometida por militares.

Esta adolescente fue atacada por soldados en un paraje de su comunidad, cuando caminaba hacia Zongolica para asistir a la escuela. Cursaba el primer año de secundaria y tenía 12 años.

Era febrero de 2001, llovía y estaba nublado. La vereda que recorría diariamente estaba lodosa. Entonces se topó con los militares (“creo que eran dos”, recuerda) que la detuvieron, le ataron las manos, la arrastraron hacia el monte, rompieron sus ropas íntimas y la ultrajaron.

Los recuerdos le duelen, sus manos tiemblan. “Tenía mucho miedo por las cosas que me hicieron, muy feas, de verdad, estaba muy chamaca”... Llora.

“Quizás me quieran quitar a mi hija, hacerme daño, o a mi familia. Por eso ya quiero dejar en el pasado todo esto, lo quiero olvidar”, dice.

Pero como presuntos reporteros llegaron a su casa con cámaras de video para que les “contara todo lo que le habían hecho los militares” –y se dijeron enviados por los dirigentes de la Organización Indígena Náhuatl de la Sierra de Zongolica (OINSZ), pero no era cierto–, Carmen decidió platicar con Proceso a condición de resguardar su nombre completo y la ubicación de su comunidad. Es “para protegerla a ella y a su bebé”, precisa la asesora jurídica de la OINSZ, Celfa Méndez.

Y es que el temor a los militares se ha incrementado tras la violación de Ernestina Ascensio Rosario, el 25 de febrero pasado.

–¿Cómo sucedió? –se le pregunta a pesar de todo.

–Pues así nomás. Creo que eran dos. Me hicieron cosas muy feas y yo no sé cómo tienen relaciones sexuales las personas, pero me agarraron de las manos, me cargaron y tiraron en el monte. Me lastimaron. Y como tenía el uniforme de la escuela, me subieron la falda y así abusaron, como animales.


Fragilidad

La madre de María del Carmen murió cuando ella tenía un año de edad y por eso vivía sólo con su padre. Le ocultó el ultraje. “Tenía mucho miedo de decirle lo que me había pasado, me iba a golpear y a correr de la casa diciendo que yo tenía la culpa”, explica.

Tenía ocho hermanos casados, pero la niña prefirió confiar en su madrina Cande. Ella, presente en la entrevista, recuerda que esa tarde llegó Carmen llorando:

“La vi espantada y le pregunté: ¿qué te paso? Venía llena de lodo, con el uniforme manchado y hasta pensé que su papá le había pegado, porque tiene un carácter muy fuerte.

“Me dijo que la habían atacado unos soldados, pero me pidió que no le contará nada a su papá. La verdad yo tampoco le dije nada a mi compadre, porque sí la podía correr de la casa y ¿a dónde iba a ir la pobre chamaca? ‘Pasaron sobre mí’, me dijo, y yo le pregunté: ¿cómo son? Y ya me contó que estaban vestidos de soldados”.

Ese día, por la mañana, doña Cande vio pasar un grupo de militares por su comunidad, vecina a la de María del Carmen. “Eran muchos”, refiere.

Meses después, dice, “me di cuenta cuando ya iba a nacer mi niña, en los momentos que sentí que brincaba adentro de mi panza”. Apenas tres meses antes del ataque, había tenido su primera menstruación. “No sabía nada, pero la regla se me había detenido y empecé a sentir movimientos en mi panza, entonces me dio mucho más miedo”, rememora. Nuevamente pidió apoyo a doña Cande para que juntas le contaran a su padre de la violación y el embarazo.

Sus primeros temores se confirmaron. “Mi padre gritó y preguntó quién era el padre. Le tuve que confesar que unos soldados habían pasado sobre mí. No me creyó, dijo que yo tenía la culpa y me echó a la calle”.

Su madrina no pudo ayudarla. “Mi casa está muy chiquita, tengo muchos hijos y de dónde iba a sacar para atenderla también a ella”, se justifica doña Cande. Pero recurrió a los dirigentes de la OINSZ.

Tres meses después de que nació la hija de Carmen, a principios de 2002, la dirigencia de la OINSZ, encabezada por Juan Carlos Mezhua Campos y Celfa Méndez, gestionó una reunión con el entonces gobernador Miguel Alemán a fin de solicitarle que intercediera “para que los altos mandos de campo del Ejército se coordinaran con las autoridades civiles y así evitar más abusos en la región”.

Ahí, dice Mezhua Campos, “le comentamos al gobernador Alemán lo que le había sucedido a la niña y se comprometieron a que la iban a ayudar para que al menos viviera con tranquilidad”. En esa ocasión le presentaron a Alemán 20 casos de abusos cometidos de militares contra civiles de la sierra de Zongolica. El más grave, subraya el ahora dirigente del PRD, “fue la violación de la niña de 12 años que quedó embarazada”.

La respuesta oficial: le hicieron un análisis médico a María del Carmen y le detectaron anemia; luego le dieron una despensa y algo de ropa de bebé.

Días después, cuando el padre de Carmen ya había aceptado el regreso de María del Carmen con su hija, en su casa “irrumpió un grupo de 20 soldados armados, amenazando y atemorizando a la víctima y su familia”, señala Mezhua.

La adolescente recuerda que los militares “se metieron hasta el terreno donde yo estaba trabajando. Había un aguacero. Me tomaron fotos. Corrí por mi niña, la tapé con una colcha y salí corriendo para esconderme, pero me siguieron.

“Me dijeron que los dejara en paz, porque yo los estaba perjudicando al decir que me habían violado. Decían que ya no siguiera con esto. Yo no les contesté ninguna palabra, solamente me quedé agachada, abrazando a mi niña, y ellos seguían tomándome fotos”.

Para colmo, su papá la emprendió contra ella: “Comenzó a discutir conmigo y me dijo que yo tenía la culpa por haber ido a hablar de mi problema con las autoridades. Por ese motivo ya no quería hablar de ello, hasta que llegaron esos reporteros que me querían entrevistar. Me dio mucho miedo y no les dije nada”.

La abogada Celfa Méndez no descarta que los propios militares “quisieran entrevistarla para ver si continúa acusándolos de violación”. Y afirma: tras denunciar este caso, “los soldados rondaban mi casa, tomaban fotografías de quien entraba y salía”.

Debido a su temprana maternidad, María del Carmen dejó la escuela. Su hija, de cinco años, tiene asma, pero ella trabaja en los sembradíos de hortalizas y las vende en el mercado. Lo hace, dice, “para sacar un poco de dinero y comprarle sus cosas a mi niña, sus zapatos, el uniforme... Y de las faenas de la escuela yo me encargo, pongo mi mano de obra para que ella siga estudiando”.

Con orgullo subraya: “Estoy luchando para sacarla adelante. Ya va a salir del jardín de niños y espero mandarla a la primaria”.

Cuando se agrava la enfermedad de la niña, Carmen no siempre tiene dinero para llevarla al doctor, que cobra entre 400 y 500 pesos por consulta, aparte del costo de las medicinas. “Me dicen que la lleve con un especialista –admite–, pero ¿de dónde, si apenas nos alcanza para ir viviendo?”.

Ahora, la esperanza de María del Carmen es irse a trabajar a otro lado: “Quiero salir adelante, pagarle los estudios a mi hija. Si puedo la meto a la primaria, pero sobre todo quiero ver por su salud, ya que se me enferma mucho, y así olvidar todo lo feo que a mí me pasó”. ?

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