lunes, 9 de abril de 2007

TETLATZINGA: LA NEBLINA NO OCULTA LA POBREZA


Juan Pablo Becerra-Acosta M. / www.milenio.com / Enviado Sierra de Zongolica, Veracruz / Lunes 9 de abril del 2007

Las húmedas y heladas nubosidades entran a las humildes chozas por las pequeñas ventanas, por los orificios de las paredes de madera, por las grietas de los techos de lámina vieja y llenan el ambiente de gélido rocío.

Las nubes se deslizan allá abajo, a los pies de la veracruzana Sierra de Zongolica. Acá arriba, en las montañas, el sol baña los bosques con la rudeza de sus rayos serranos. De pronto, vientos congelantes empiezan a soplar. En unos cuantos minutos la neblina engulle íntegros los muchos paisajes que la mirada puede observar: los colores verdes y ocres desaparecen, las milpas se esfuman, los portentosos pinos se vuelven invisibles, las flores se despintan, las aves callan y se desvanecen, las hondonadas de los cerros se desdibujan.

Las húmedas y heladas nubosidades flotan a gran velocidad cubriendo todo: entran a las humildes chozas por las pequeñas ventanas, por los orificios de las paredes de madera, por las grietas de los techos de lámina vieja, y llenan el ambiente de gélido rocío. Las grisáceas ráfagas de bruma cruzan los cuartos de las chozas, espantan a los niños, salen por las puertas, se esparcen en los patios, corretean a los animales que huyen despavoridos, y ya: en instantes ha desaparecido completito el pueblo de Tetlatzinga. No se ve nada. Sólo se aprecian siluetas fantasmales, sombras difusas.

Súbitamente, con el mismo vértigo que llegó, la neblina tira al monte y desaparece en lo más alto de la sierra, serpenteando a gran velocidad entre la compacta masa arbórea. El bosque es el que se ha desvanecido ahora. Sólo muy al fondo queda a la
vista el Pico de Orizaba. Y de inmediato se aprecian otra vez esas imágenes imborrables para cualquier neblina prestidigitadora: las de la miseria de los nahuas de aquí, del lugar de piedras, de Tetlatzinga, el poblado donde el 25 de febrero fue hallado en una ladera boscosa el cuerpo moribundo de Ernestina Ascencio Rosario, esa anciana violada por soldados, según dicen unos, fallecida por “enfermedades de la pobreza”, de acuerdo con otros…

***

La calidad paupérrima del municipio de Soledad Atzompa, que abarca a 44 comunidades, entre éstas a Tetlatzinga, se aprecia en las escuetas cifras del INEGI:

—Viviendas sin drenaje, nueve de cada diez (97 por ciento).

—Viviendas sin agua entubada, cuatro de cada diez (42 por ciento).

—Viviendas con hacinamiento, ocho de cada diez (85 por ciento) —Viviendas con piso de tierra, ocho de cada diez (84 por ciento).

—Viviendas con techos endebles (material de desecho, cartón, láminas, palmas), ocho de cada diez (84 por ciento).

—Viviendas con tablas de madera como paredes, nueve de cada diez (93 por ciento).

—Viviendas donde se usa leña para cocinar, nueve de cada diez (97 por ciento).

—Viviendas con radio, cinco de cada diez (50 por ciento). Con televisión, tres de cada diez (32 por ciento). Con videocasetera, 1.8 por ciento. Con licuadora, una de cada diez (14 por ciento). Con refrigerador, 1.2 por ciento. Con lavadora, 0.4 por ciento. Con teléfono, 0.7 por ciento. Con calentador de agua, 1.5 por ciento. Con automóvil o camioneta, 8 por ciento. Con computadora, 0.15 por ciento.

—Población sin servicios de salud garantizados, nueve de cada diez (97 por ciento). —Población que no habla español, tres de cada diez (35 por ciento).

—Población analfabeta de quince años o más, cinco de cada diez (50.6 por ciento).

—Niños y jóvenes que no van a la escuela de seis a 24 años, cinco de cada diez (52.6 por ciento).

— Población sin primaria completa de 15 años o más, siete de cada diez (78.73 por ciento).

—Tasa de mortalidad infantil en México, 24.9. En el municipio, casi el doble: 47.5.

—PIB per cápita en México, siete mil 495 dólares anuales: 225 pesos cada día. PIB per cápita en el municipio, mil 610 dólares anuales: 48 pesos al día. Población que gana esa cantidad: ocho de cada diez.

—El Grado de marginación: demasiado alto.

***

Agustín es esposo de Marta, la hija de la difunta Ernestina. Él, como nueve de cada diez nahuas de esta comunidad, sobrevive gracias a la madera. Él, como todos los que viven aquí, en la Sierra de Plumas del Águila (Zongolica en náhuatl), corta madera de árboles talados en un minúsculo aserradero que tiene en su casa. Ahí consigue elaborar, con sus dos hijos adolescentes que sólo terminaron la primaria, doce sillitas cada día que vende para que se comercialicen en las ciudades. Y por ello, cada jornada tiene una ganancia de… 30 pesos. Con eso subsisten diariamente él, Marta, y sus cuatro hijos (las otras dos criaturas son niñas que, ellas sí, van a la escuela: aún están en primaria).

Treinta pesos. ¿Cómo se puede entender que una familia sobreviva con treinta pesos? Para asimilarlo basta entrar a los hogares que el reportero y el fotógrafo visitamos. Basta entrar a la casa de Marta y Agustín cuando se disponen a comer. En una hoya que hierve en un fogón calentado por el fuego que emana de varios troncos está la única comida que harán en todo el día. Por eso, presurosos, todos se aproximan a la choza que tiene piso no de tierra, de lodo.

—Es por humedez que deja neblina cuando siempre entra a las casas… —explica la mujer en su magro español, con una enorme sonrisa que le ilumina el rostro como les ocurre a casi todas las indígenas de esta zona.

La mamá hunde sus pies descalzos en la casas… —explica la mujer en su magro español, con una enorme sonrisa que le ilumina el rostro como les ocurre a casi todas las indígenas de esta zona.

La mamá hunde sus pies descalzos en la suave tierra mojada y muestra la comida: tortillas que ella ha palmeado (la siembra de maíz en la región sólo sirve para autoconsumo), y lo que hay en la cacerola humeante. Las niñas y los adolescentes están inquietos. Tienen hambre. Nos miran casi con súplica para que nos vayamos. Y nos vamos para que coman.

Para que coman agua hervida con papas. Su comida de hoy. Agua hervida con papas y hierbas. Y tortillas. Nada más.

—¿Frijoles? —me atrevo a preguntarle a Marta.

—No… —me dice, con una mirada de pena y dignidad mezcladas que me penetra brutalmente.

—¿Huevos? —quién sabe cómo me atrevo a preguntar.

—No… —niega con la cabeza sin perder nunca su hermosa sonrisa, y agrega con una voz donde se fusionan la resignación y la nobleza del ser:

—Sólo tenemos para eso, sólo hay eso…

No indago más. Nos vamos. Ninguna neblina mágica puede desaparecer la lacerante miseria de los nahuas de la Sierra de Zongolica…

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