
cmarin@milenio.com / www.milenio.com / Lunes 19 de marzo del 2007
Una de las más escalofriantes infamias que se han maquinado en los años recientes, se antoja cocinada y servida para golosos de truculencias delirantes.
El cuento habla de un asesinato precedido por una violación militar tumultuaria de la viejita de 73 años Ernestina Ascencio Rosario, que vivía en la comunidad veracruzana de Tetlatzinga, en la Sierra de Zongolica.
Quienes fabrican la historia dicen que unos soldados “se avalanzaron sobre ella, la maniataron, la violaron y la sodomizaron…”.
Tanto por el expediente hospitalario como por la necropsia que se le practicó al cuerpo exhumado a petición de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, todo indica que se trata de un caso, como bien supone el habitualmente “duro con la Federación” doctor José Luis Soberanes (presidente de la CNDH), de una muerte “natural”.
La Organización Mundial Contra la Tortura y Amnistía Internacional exigen por lo pronto (y con justa razón), que las autoridades civiles de procuración y aplicación de justicia sean quienes encabecen las investigaciones.
La anciana murió el 26 de febrero en el Hospital Regional de Río Blanco, donde fue atendida por la ginecóloga María Elena Rodríguez Cabrera, el cirujano Erick Maya Noriega y el cardiólogo Isidro Mendoza Antonio, quienes no tendrían por qué arriesgar su carrera ni su libertad ocultando un crimen sexual.
Se asienta en la ficha clínica que la mujer falleció por una falla orgánica múltiple, deshidratación y una probable bronconeumonía.
–¿Es verdad que tenía el intestino perforado? –preguntaron los reporteros al director del hospital, Hugo Zárate Amezcua.
– Sí, así es.
– ¿Cómo pudo el pene perforar el intestino?
– No se puede. Tuvo que haber sido un objeto extraño que le introdujeron en el recto y eso dañó su intestino (…). Ningún miembro genital del varón puede provocar el desgarre interno en el ano...
En la siembra del infame disparate sobresalen el alcalde de Soledad Atzompa, Javier Pérez Pascuaza (quien se refiere a la anciana como “la hermana mayor”) y René Huerta Rodríguez y Julio Atenco Vidal, dirigentes de la Coordinadora Regional de Organizaciones Indígenas de la Sierra de Zongolica, así como Miguel Castro de Jesús, sobrino de la difunta; Julio Inés Ascensión, hijo mayor, y sus hermanos Fernando y Marta, quien afirma que su madre alcanzó a decirle:
–Fueron los soldados, m'ija. Los soldados me golpearon, me amarraron y me taparon la boca. Traían sus cartucheras repletas de balas…
¿Y no habrán llevado también condones?
El invento contiene tantos ingredientes políticamente explotables que merece figurar en la Hemeroteca de la Ignominia entre otras célebres perversidades del corte del segundo tirador, el sexto pasajero, los cuatro Aburtos, el atentado contra Posadas Ocampo, El chupacabras, el crimen de Estado de Digna Ochoa o el fraude electoral “cibernético” y “a la antigüita” a la vez.
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