miércoles, 11 de abril de 2007

ZONGOLICA, EL DEBATE QUE VIENE


fuerzasarmadas@prodigy.com / www.milenio.com / Miércoles 11 de abril del 2007

El Ejército sabe todo lo que pasa en el país, dijo alguna vez el secretario de la Defensa Nacional de la pasada administración, general Gerardo Clemente Ricardo Vega García; “el problema es que lo diga un militar”.

Y el tiempo lo confirmó.

Las primeras declaraciones oficiales y públicas del actual secretario, general Guillermo Galván Galván, causaron tal escozor en el mundo político que los legisladores de todos los partidos pusieron el grito en el cielo.

“Las fuerzas armadas robustecen al Congreso de la Unión, a la Suprema Corte de Justicia de la Nación y al Poder Judicial en su conjunto, hacen sólida a la sociedad y a sus esmeros y fortalecen al Poder Ejecutivo”, fue el firme señalamiento del general Galván el pasado 9 de febrero.

Los políticos no soportaron, ni han soportado nunca, que los militares se metan en sus terrenos y, en esa ocasión, hasta le exigieron “prudencia” al alto mando militar.

Pero ya se ha visto que cuando un político habla como militar —léase Felipe Calderón—, causa más daño que cuando un militar habla como político.

Como nunca y en tan breve espacio de tiempo, el Ejército se ha visto sometido a un pernicioso escrutinio, en ese afán obsesivo de sentarlo en el banquillo de los acusados a la primera provocación.

Su apresurada y mal planeada intervención en los operativos contra el narcotráfico, ordenada por su Comandante Supremo, el renovado proceso sobre soldados contagiados por el VIH que llegó hasta la Suprema Corte de Justicia de la Nación, y ahora el caso de la anciana Ernestina Ascencio, muerta en Zongolica, Veracruz, presuntamente a manos de soldados, desataron la intolerancia intelectualoide y atizaron los intereses partidarios que ya se dispone a llevar el caso a debate en la Cámara de Diputados.

Se puede anticipar que los representantes del Partido de la Revolución Democrática se posesionarán de la tribuna, muy a su estilo, para poner en la picota al Ejército, e incluso, llamar a comparecer al propio secretario de la Defensa Nacional.

Así, el debate que viene no se centrará en si la anciana fue violada o no, todo indica que el blanco del asunto será la defenestración del Ejército por su “osadía” de decir que las fuerzas armadas robustecen al Congreso e la Unión, a la Corte y a los demás poderes.

Porque en Zongolica hay algo más que la lamentable muerte de una mujer. En Zongolica están metidas las manos perredistas que se mueven para hacer del lugar un “municipio autónomo”, al cual no puedan entrar ni los soldados.

El caso de “nuestra hermana mayor”, como ya se le llama en Zongolica a Ernestina Ascencio, con todo lo trágico y doloroso que pueda ser, es sin duda un detonante de los malsanos intereses partidarios y de la perniciosa actitud de quien lo ha perdido todo en la arena política.

Los soldados no son perros rabiosos, como se pretende hacer creer a la sociedad, que se echan encima de la primera mujer que encuentran a su paso, o que “roban leña” a los habitantes de las rancherías o asaltan sus tiendas.

Pero los diputados harán su debate, como si no tuvieran nada más que hacer, como si el país no se estuviera desbarrancando en el caos de la inseguridad, como si todos los días no hubiera ejecuciones y asesinatos.

El avispero que pateó el gobierno desde el primer día de su gestión, cuando se lanzó a una cruzada sin plan ni concierto contra el narcotráfico y sus daños colaterales, quedó fuera de control.

Conforme las cifras de sangre se colocan muy por encima de las que hablan de aseguramientos, decomisos y arrestos, el abanico de las reacciones violentas del narcotráfico, aquellas para las que el gobierno dijo estar preparado, se abre en todas direcciones y niveles.

Y, a pesar de todo, el Ejército hace su parte y no se esconde ni solapa a nadie. Siempre se dijo, y así es, que en las escuelas militares no se enseña la corrupción ni la impunidad.

Tampoco rechazan la crítica: “Comprendemos que en una sociedad democrática, abierta y plural, estamos sometidos al escrutinio permanente de los ciudadanos más sencillos o de las inteligencias más agudas. El Ejército está abierto para todos quienes quieran conocer nuestra realidad”.

Sin embargo, para algunos esta apertura es vista como una licencia para descalificar sin conocimiento alguno de esa realidad. La sociedad debe estar segura de que si se comprueba la culpabilidad de un militar en la comisión de un delito, cualquiera que sea su índole, lo pagará conforme a la ley, pero nunca conforme a los intereses partidarios ni a la intolerancia intelectualoide.

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