jueves, 3 de mayo de 2007

ZONGOLICA Y LA VERDAD SOSPECHOSISTA


jcalixto@milenio.com / www.milenio.com / Miércoles 2 de mayo del 2007

Somos sospechosistas por naturaleza, cosa que nos hace desconfiados frente a cualquier información oficial, refractarios a los comunicados autorizados y rejegos a toda forma de tesis gubernamental pues, aunque la burra no era arisca, estamos acostumbrados a que nos lleven al baile y a ser timados de manera sexenal en hombre del bien común y del engrandecimiento de la patria. Por eso no creemos en el asesino solitario de Colosio ni en la supuesta inocente confusión que derivó en la muerte del cardenal Posadas Ocampo, o en la inexistencia de la mala fe en la caída del sistema en el 88, o en el nuevo papel de Carlos Salinas como facilitador social (ya no se diga en las bondades de la nueva Ley del ISSSTE).

México no cree, a pesar de su guadalupanismo, en casualidades.

Sólo por eso no les vaya a extrañar a las autoridades que a la opinión pública en general le resulte un tanto inverosímil que, de manera rimbombante pero oficial, la Procuraduría de Justicia de Veracruz, a través de Emeterio López —quien hasta hace unos días estaba de lo más escéptico—, ya reconoció que la señora Ernestina Ascensión Rosario no fue violada ni asesinada por nadie, menos por uniformados, sino que murió por sangrado intestinal, coincidiendo así con la CNDH, encabezada por José Luis Soberanes, egregio defensor de las grandes causas, sobre todo las suyas.

Pero no nos lo vayan a tomar a mal, se los digo hasta con pena porque luego luego nos van a salir con que estamos en la lógica del complot, que no creemos en las instituciones, que queremos desestabilizar al país y que somos tan histéricos como el PRD, situaciones que sólo nos pueden provocar una gastritis que, mal atendida, corre el peligro de volverse fatal como en el caso de Ernestina.

Relax. Sólo ejercemos nuestro legítimo derecho al sospechosismo y a las recochinas dudas; sobre todo cuando se trata de un caso que ha sido y es la representación misma de la falta de profesionalismo, el valemadrismo, la oligofrenia judicial, la soberbia institucional y la estupidez en formas tan sorprendentes como no suficientemente exploradas. Pero sobre todo el súmmum de la insensibilidad: ni Calderón ni Fidel Herrera ni Soberanes ni Galván Galván ni el último de los visitadores y los médicos legistas, puestos de acuerdo en que la muerte de la señora Ascensión Rosario era producto de problemas gastrointestinales, no pudieron concluir que, luego entonces, la verdadera asesina de Ernestina había sido, aunque suene cursi, gastado y melodramático, la pobreza.

Las verdades en México serán sospechosistas o no serán, papá.

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