sábado, 7 de abril de 2007

LA CNDH Y ERNESTINA ASCENCIO


María Teresa Jardí / Por Esto! Dignidad, Identidad y Soberanía / Viernes, 30 de marzo de 2007

El aparente mal funcionamiento de las instituciones procuradoras y administradoras de justicia en el fondo es el funcionamiento adecuado para la corrupción que el fracasado, para millones de mexicanos, sistema político, aplicado a fuerza de cinismo y desvergüenza partidaria impera. Y las comisiones estatales de derechos humanos, la CNDH, la primera, nacen creadas, por Carlos Salinas de Gortari, cuando las organizaciones no gubernamentales defensoras de las más elementales garantías individuales rondaban ya el meollo del aparente mal funcionamiento de las instituciones, que en otros lugares son el sustento de la seguridad pública y de la seguridad jurídica para los gobernados.

"Cuando no quieras resolver un problema crea una institución para atender el problema". Esa o una frase parecida era la utilizada, para no resolver las demandas ciudadanas, desde los tiempos de la dictadura encabezada por Porfirio Díaz.

La CNDH nació para desviar la atención de lo que ocurría en las Procuraduría General de la República, cuando lo que se debió hacer era atender los nexos contra el narcotráfico que ya entonces, de manera incipiente en esa institución, se tenía de manera más clara desde el nombramiento de Coello Trejo como encargado de ese combate de cara a la sociedad, mientras el encargo verdadero era el de convertir a la Policía Judicial Federal en la infraestructura útil para facilitar las operaciones de los narcotraficantes de aquellos tiempos, de los que aún quedan reminiscencias aunque en el lavado de dinero estén hoy los verdaderos capos que a la par gobiernan o son empresarios.

Y cuando la CNDH en su etapa inicial hizo alguna buena recomendación se crearon las comisiones estatales para garantizar que esa comisión iba a funcionar como estaba planeado que funcionase en términos de la protección al sistema.

Y más tarde se inventaron lo de los fiscales especiales que llegaron hasta a contratar brujas y enterrar cadáveres, en la época de Zedillo y con un procurador panista, porque los priístas por lo menos eran inteligentes, dentro de la misma lógica de protección al sistema.

Pero como las instituciones funcionan con personas con sentimientos y algunas veces incluso con conocimientos jurídicos, al igual que ha sucedido con el Poder Judicial al que dio un golpe de Estado Zedillo para convertirlo en el esperpento que hoy tenemos, en el que los jueces de consigna han vuelto por sus fueros, siendo un claro ejemplo el de los jóvenes presos políticos de Mérida, entonces los titulares del Poder Ejecutivo a veces tienen la necesidad de hacer una caricia, como acariciamos a los gatos que integran nuestra familia, los que convencidos de que el único animal perverso es el humano sí consideramos familia a las mascotas que viven en nuestra casa, y entonces se emiten recomendaciones como la de Soberanes en el caso de la señora Ascencio.

Es obvio que Ernestina Ascencio habrá tenido gastroenteritis y una anemia crónica y cualquier enfermedad que exista como tienen todos los pobres en México.

Otro abuso del Poder es pretender que además tuviera la salud de los que se atienden en los carísimos hospitales del monopolio al que se van entregando todos los servicios, a base de privatizar la medicina pública, garantizadores del derecho a la salud de todos los mexicanos.

Y más allá de que al panista diputado, general de división en retiro, Justiniano González, hay que decirle que es muy peligroso meter las manos "totalmente, íntegramente" por nadie y menos aún por soldados de un Ejército que está en la calle, incluso porque es una crónica anunciada que más pronto que tarde se va a escribir la historia real del México de hoy, en la que va a salir quemado, como Soberanes, que ya debe buscar otra chamba con Calderón. Y más allá de que ninguna mujer y menos aún de la edad de Ernestina Ascencio y en las condiciones que se encontraba tendría porqué haber mentido al respecto y claro que no quieren al Ejército, porque llega y se alía a los caciques y los narcotraficantes, los pueblos, es una falsa discusión, también del sistema, el pretender borrar la responsabilidad de la violación que sufriera como la detonante de su muerte, convertida por ello en homicidio, siendo irrelevante si murió de gastroenteritis o de anemia o de un catarro o de hambre. Y más aún aunque no la hubieran violado y le hubiera bastado con el impacto de verse rodeada por una partida de soldados para acelerar todas sus enfermedades la responsabilidad del Estado y del Ejército en su muerte sería la misma.

Y si la inteligencia rigiera en México lo sensato habría sido que se reconociera el hecho desde el primer momento, castigando a los responsables de inmediato el propio Ejército, y, si hubiera llegado a la CNDH la misma habría tenido que haber recomendado lo propio incluso para afectar menos al Ejército Nacional, metido hoy en medio de un debate sin final correcto, en medio de la tabla floja por la que atraviesa el país con tres ejércitos en pugna.

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